jueves, 25 de marzo de 2010

El pianista roto


Esta historia requiere:

LECTURA MUSICAL (se requiere música de fondo para su lectura)


---------------------------------------------------------------------------

Hoy me despertó temprano una llamada telefónica. Me costó reaccionar, estirarme y desperezarme. Calcé mis pies dentro de las zapatillas de andar por casa, con la leve esperanza de encontrar en su interior un poco de calor.
El timbre del teléfono no paró de sonar hasta que al final llegué a él y lo descolgué con cierto nervio. Una delicada voz de mujer me lo dijo: "hoy morirás".
Colgué el teléfono, fui a mi habitación y abrí el armario. Rebusqué entre varias prendas, separando unas perchas de otras, tratando de localizar la ropa adecuada para el evento. Ahí estaba; no había escogido el típico conjunto de traje con chaqueta, camisa y corbata. Mi elección fue mucho más sencilla, vestir algo que fuera cómodo. Sólo se muere una vez.
Me vestí, engominé mi pelo y acudí al salón para esperar sentado sobre el sofá. Debía ambientar la espera con la mejor música para la ocasión.
El piano sonaba. Sus deliciosas notas, elaboradas con dulzura por los dedos de Tsuyoshi, se adueñaron de mi por completo y haciendo del tiempo un mero espectador, los segundos nacieron para ser minutos; los minutos crecieron para hacerse adultos en horas; las horas se abrazaron como ancianas y así hasta que los días se convirtieron en años y los años en vida. El piano sonaba y mi vida llegaba a su fin. Ella llevaba un rato a mi lado. La contemplé. Nos conocíamos, nos miramos pero no fue necesario decirnos nada. Miré el reloj, el minutero; respiré. También al segundero, queriendo completar el giro sobre la esfera. Agudicé el oído y pude escuchar sus pasos, lentos, piadosos. Cuando quise darme cuenta me vi muerto, abrazado por ella y junto a ella.

Sólo quiero que sepáis que os echo mucho de menos.

Félix.


martes, 23 de marzo de 2010

Los Frosties


Tres tristes tigres comen trigo en un trigal y claro, de repente aparecí yo como caído del cielo entre tanta espiga. Me había perdido horas atrás, no me pregunteis cómo, y sin rumbo fijo estaba deambulando tratando de encontrar el camino a casa.
Pobres animalitos - pensé - tendrán hambre por que ¿desde cuándo los tigres comen trigo?. Mi pregunta fue contestada al momento. Corrí con todas mis ganas huyendo de ellos, abriéndome paso entre las largas espigas que sembraban aquel interminable campo hasta que llegué, exhausto, a una pequeña granja hecha de ladrillos. Llamé con ímpetu hasta que alguien me abrió la puerta. Tres cerditos vestidos como personas me abrieron, pero no era el mejor momento para ponerme a preguntar sobre lo absurdo de la situación, porque allí nada tenía sentido y empujándolos hacia dentro, seguí corriendo al interior de la vivienda buscando un lugar donde esconderme de las hambrientas bestias que estaban a punto de darme caza. Sin percatarme había resuelto el problema. Tres tigres, tres cerditos, un cerdito para cada tigre y cuando noté que desde hacía mucho rato no se oía ni un mísero ruido, me decanté por asomar la vista a ver si seguía siendo peligroso o por el contrario los tigres se habían cansado de perseguirme. Efectivamente, se habían cansado y para celebrarlo se estaban zampando a tres cerditos. Justo cuando miré rebañaban los restos del último cerdito, y no saciados con tan suculento plato, cuando apareció el incauto lobo en la puerta de entrada preguntando por los cerditos, los tres tigres se abalanzaron sobre el animal devorándolo sin compasión alguna.
Cuando me disponía a huir durante su distracción, una mano por detrás me sujetó por el hombro. Me giré y frente a mi tenía a un pobre niño con un martillo en una mano y un clavo en la otra. Libérame - me dijo casi sin ganas. - ¿cómo puedo ayudarte y con qué? - le miré extrañado, parecía poseído por el del Sexto sentido y un Jack Nicholson tarado en El Resplandor. - Si me dice Redrum me da un síncope - pensé. Pero no, no me lo dijo. - ¿Quién eres?. Pablito. - Entonces fue cuando ya hilé todo - Tres tristes tigres ... entonces ... Pablito clavó un clavito, ¿qué clavito clavó Pablito?. El niño afirmó con un gesto significativo de su cabeza. - Es tontísimo - le dije - si sólo clavas un clavo ¿por qué preguntar cuál has clavado?. Vaya, había descubierto su secreto. Una risa maléfica dibujó su rostro de oreja a oreja. - Me has pillado -. Pude percibir cómo llenaba sus palabras con cierto sarcasmo. - En realidad los tres tigres son míos - dijo con una gran dosis de felicidad. Era un maldito sádico. Daba de comer trigo a los tigres para que pasaran mucha hambre y luego así alimentarlos con alguna de sus víctimas a las cuales engañaba con el cuento de estar secuestrado en aquella casa clavando clavos, cuando en realidad sólo tenía uno. Yo sería el próximo banquete de sus mascotas.
Pablito me tuvo encerrado durante muchos días en una jaula y lo peor de todo no era el pensar a cada minuto que en cuanto volvieran a pasar hambre sus tigres, yo sería su alimento; ¡no!. Lo peor fue que "el bueno" de Pablito durante todos esos días me alimentó a base de copos de maíz.
Por eso desde entonces odio los Corn Flakes. Ahora desayuno Smacks, que aunque también es trigo, está inflado y azucarado. Eso me gusta más.

Cómo escapé de allí es otra historia; ahora me marcho deprisa o llegaré tarde al trabajo.