Esta historia requiere:
LECTURA MUSICAL (se requiere música de fondo para su lectura)
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Hoy me despertó temprano una llamada telefónica. Me costó reaccionar, estirarme y desperezarme. Calcé mis pies dentro de las zapatillas de andar por casa, con la leve esperanza de encontrar en su interior un poco de calor.
El timbre del teléfono no paró de sonar hasta que al final llegué a él y lo descolgué con cierto nervio. Una delicada voz de mujer me lo dijo: "hoy morirás".
Colgué el teléfono, fui a mi habitación y abrí el armario. Rebusqué entre varias prendas, separando unas perchas de otras, tratando de localizar la ropa adecuada para el evento. Ahí estaba; no había escogido el típico conjunto de traje con chaqueta, camisa y corbata. Mi elección fue mucho más sencilla, vestir algo que fuera cómodo. Sólo se muere una vez.
Me vestí, engominé mi pelo y acudí al salón para esperar sentado sobre el sofá. Debía ambientar la espera con la mejor música para la ocasión.
El piano sonaba. Sus deliciosas notas, elaboradas con dulzura por los dedos de Tsuyoshi, se adueñaron de mi por completo y haciendo del tiempo un mero espectador, los segundos nacieron para ser minutos; los minutos crecieron para hacerse adultos en horas; las horas se abrazaron como ancianas y así hasta que los días se convirtieron en años y los años en vida. El piano sonaba y mi vida llegaba a su fin. Ella llevaba un rato a mi lado. La contemplé. Nos conocíamos, nos miramos pero no fue necesario decirnos nada. Miré el reloj, el minutero; respiré. También al segundero, queriendo completar el giro sobre la esfera. Agudicé el oído y pude escuchar sus pasos, lentos, piadosos. Cuando quise darme cuenta me vi muerto, abrazado por ella y junto a ella.
Sólo quiero que sepáis que os echo mucho de menos.
Félix.